Las suaves olas acarician mis
pies dejando una sensación peculiar al retirarse, como si de repente mis pies
se alzaran sobre unos tacones imaginarios , es una sensación muy agradable,
Es como si las olas me susurraran
al oído, “ven conmigo” “adéntrate en mis aguas” a la vez que la arena mojada se
retira bajo las plantas de mis pies y me impulsa suavemente hacia adelante.
Poco a poco, a paso lento, acompañada
por el murmullo de las olas que van quedando detrás, me adentro en el mar.
La
profundidad es mínima, puedo caminar varias decenas de metros pisando la arena
fina y suave del fondo. El agua está
limpísima. Veo mis pies perfectamente e incluso algún pececillo que rápido y
fugaz juguetea entre mis tobillos. La temperatura
del agua es perfecta, al igual que la del aire. Parece que se han puesto de
acuerdo.
Observo mis pies a través del
agua pura y cristalina, avanzan a cámara lenta por la densidad de la misma, es
como entrar en otro mundo. Esta lentitud me permite observar cada minúsculo
detalle de mi paso, así como el balanceo de mi peso de un pie al otro. Mi
cuerpo se hace más y más ligero y liviano a medida que avanzo. El agua moja ya mi cintura, un ligero
escalofrío recorre mi espalda y me hace respirar más profundo. Mis manos
acarician la superficie con vehemencia.
Me siento feliz, dichosa de hecho, por sentir todas estas maravillosas sensaciones
en mi cuerpo y en mi alma.
Al llegar a la altura del pecho,
mi cuerpo se refresca por completo, es una sensación revitalizante, de
frescura, de pureza, se me escapa una sonrisa, y acto seguido, mis brazos
empiezan a “separar las nubes” dando pequeños pasos y suaves brazadas en la superficie,
como queriendo abrirme paso a través del agua, se me antoja un movimiento
precioso, en la densidad del mar, caminando al ritmo que el agua me marca, la
sigo, la sigo, descalza, entregada a sus misterios, a su pasado ancestral.
Me resulta mágica su existencia,
tan perfecta, tan equilibrada, tan antigua y
tan sabia. Su sabor salado, como
las lágrimas humanas, como las de todos los seres que habrán sufrido y gozado
en su espesor, recogen todo el conocimiento, toda la energía acumulada por
eones de tiempo, de rayos de sol y de tormentas. El agua de mar es alcalina y
es sanadora. Cómo no va a ser sagrada.
Recibo todo este conocimiento
ancestral a través de la piel, y ahora sí, de pie, quieta, junto mis palmas y agradezco
su presencia en la tierra, su poder, y muy despacio, usando mis manos como un cuenco, las lleno de mar, y comulgo agradecida y conscientemente, con su
sabor sagrado y curativo.
Con el sabor salado aún en mi
boca, echo el cuerpo hacia atrás e introduzco toda la cabeza en el agua,
dejando que el pelo y la cara se refresquen. Que sensación tan vivificante, no
se me escapa una sonrisa, ahora se me escapa la risa!, miro a mi alrededor,
menos mal, no hay nadie, nadie más que yo
en esta playa hoy, cosa que es de agradecer, pues ciertamente siento que estoy
llevando a término un acto íntimo. Mi primer baño del año.
Me tumbo sobre mi espalda y me
dispongo a disfrutar de la conocida posición “del muerto”. Curioso nombre, me
hace gracia, pues pocas veces me siento yo tan viva, como haciéndome “la muerta”en
el mar. Me dejo balancear sobre su superficie, es un balanceo muy suave, el mar
está como una balsa de aceite, podría dormirme así, pero es imposible perderse
el abanico de sensaciones agradables que produce este dormitar...este ensoñar...
Los sonidos quedan amortiguados bajo el agua, escucho ahora el sonido sordo del
mar, solo un leve cri cri..una canción de cuna particular sin duda, me calma y
me reconforta. El sol, el mar y el aire me abrazan, y yo les abro mi corazón de par en
par.
Bienvenidos a mí, gracias por
acogerme así.
Alicia