lunes, 20 de abril de 2020

Para las amantes del mar

Estoy de pie, en la orilla del mar, en una playa muy bonita, el sol brilla sobre mi cabeza y me envuelve  en su manto cálido.
Las suaves olas acarician mis pies dejando una sensación peculiar al retirarse, como si de repente mis pies se alzaran sobre unos tacones  imaginarios , es una sensación muy agradable,
Es como si las olas me susurraran al oído, “ven conmigo” “adéntrate en mis aguas” a la vez que la arena mojada se retira bajo las plantas de mis pies y me impulsa  suavemente  hacia adelante.

Poco a poco, a paso lento, acompañada por el murmullo de las olas que van quedando detrás, me adentro en el mar. 
La profundidad es mínima, puedo caminar varias decenas de metros pisando la arena fina y suave del fondo.  El agua está limpísima. Veo mis pies perfectamente e incluso algún pececillo que rápido y fugaz  juguetea entre mis tobillos. La temperatura del agua es perfecta, al igual que la del aire. Parece que se han puesto de acuerdo.  

Observo mis pies a través del agua pura y cristalina, avanzan a cámara lenta por la densidad de la misma, es como entrar en otro mundo. Esta lentitud me permite observar cada minúsculo detalle de mi paso, así como el balanceo de mi peso de un pie al otro. Mi cuerpo se hace más y más ligero y liviano a medida que avanzo.  El agua moja ya mi cintura, un ligero escalofrío recorre mi espalda y me hace respirar más profundo. Mis manos acarician la superficie  con vehemencia. Me siento feliz, dichosa de hecho, por sentir todas estas maravillosas sensaciones en mi cuerpo y en mi alma.


Al llegar a la altura del pecho, mi cuerpo se refresca por completo, es una sensación revitalizante, de frescura, de pureza, se me escapa una sonrisa, y acto seguido, mis brazos empiezan a “separar las nubes” dando pequeños pasos y suaves brazadas en la superficie, como queriendo abrirme paso a través del agua, se me antoja un movimiento precioso, en la densidad del mar, caminando al ritmo que el agua me marca, la sigo, la sigo, descalza, entregada a sus misterios, a su pasado ancestral. 

Me resulta mágica su existencia, tan perfecta, tan equilibrada, tan antigua y  tan sabia.  Su sabor salado, como las lágrimas humanas, como las de todos los seres que habrán sufrido y gozado en su espesor, recogen todo el conocimiento, toda la energía acumulada por eones de tiempo, de rayos de sol y de tormentas. El agua de mar es alcalina y es sanadora. Cómo no va a ser sagrada.

Recibo todo este conocimiento ancestral a través de la piel, y ahora sí, de pie, quieta, junto mis palmas y agradezco su presencia en la tierra, su poder, y muy despacio, usando mis manos  como un cuenco, las lleno de mar,  y comulgo agradecida y conscientemente, con su sabor sagrado y curativo.

Con el sabor salado aún en mi boca, echo el cuerpo hacia atrás e introduzco toda la cabeza en el agua, dejando que el pelo y la cara se refresquen. Que sensación tan vivificante, no se me escapa una sonrisa, ahora se me escapa la risa!, miro a mi alrededor, menos mal, no hay nadie,  nadie más que yo en esta playa hoy, cosa que es de agradecer, pues ciertamente siento que estoy llevando a término un acto íntimo. Mi primer baño del año.

Me tumbo sobre mi espalda y me dispongo a disfrutar de la conocida posición “del muerto”. Curioso nombre, me hace gracia, pues pocas veces me siento yo tan viva, como haciéndome “la muerta”en el mar. Me dejo balancear sobre su superficie, es un balanceo muy suave, el mar está como una balsa de aceite, podría dormirme así, pero es imposible perderse el abanico de sensaciones agradables que produce este dormitar...este ensoñar... Los sonidos quedan amortiguados bajo el agua, escucho ahora el sonido sordo del mar, solo un leve cri cri..una canción de cuna particular sin duda, me calma y me reconforta.  El sol, el mar y el aire  me abrazan, y yo les abro mi corazón de par en par. 

Bienvenidos a mí, gracias por acogerme así.
Alicia